Al servicio de los menos favorecidos desde hace 33 años, Elena Gómez Heredia está colegiada en Ciudad Real, donde preside la Comisión del Turno de Oficio del Colegio de la Abogacía.
¿Ha cambiado la tipología de casos que atienden los abogados de oficio?
He visto crecer y cambiar esta forma de ejercer la abogacía. Comencé buscando jurisprudencia para mis asuntos en la biblioteca del Colegio y he sucumbido hasta manejarme con las nuevas tecnologías. Pasé de ser una joven abogada a trabajar con jóvenes jueces; de encargarme de un grupo, casi familiar, de abogados de oficio a gestionar un colectivo de más de 300 profesionales. Y también de sellar los escritos y solicitar copia de lo actuado a presentar por Lexnet y solicitar el expediente por Acceda. ¿Ha cambiado la profesión? Yo lo llamo evolución. Antes asistía a detenidos por delitos contra la propiedad, la seguridad y el tráfico, ahora asisto mayoritariamente a delincuentes por delitos contra la integridad física y contra la salud pública. Como también he pasado de hacer reclamaciones de cantidad o servidumbres a que el 80% por ciento de los procesos civiles sean de familia. ¿Qué no cambia? La precariedad con la que trabajamos los abogados de oficio.
¿Qué aspecto o especialidad de la formación que se ofrece a los abogados del Turno por parte de los Colegios considera que debería mejorarse?
Estoy dada de alta en todas las jurisdicciones y especialidades, aunque en unas me siento más cómoda que en otras, creo que, siempre que el volumen de asuntos lo permita, y esto puede hacerse en los colegios medianos, tenemos la obligación de estudiar cuanto nos sea encomendado, como lo hicieron nuestros maestros.
¿Piensa que los casos en los que interviene un abogado de oficio reciben la misma atención por parte de los juzgados que el resto de casos?
No siento que en el juzgado nos traten de forma diferente a los designados de forma privada, pero sí creo que se ha perdido el respeto a nuestra profesión, al profesional que la ejerce y a la propia Justicia, siento que se ha mecanizado en detrimento de la humanización que tenía hace años. Lo más grave es que la falta de respeto, en numerosas ocasiones, parte de los propios abogados que no dimensionan la importancia del trabajo y cómo hacerlo, en pro de una pretendida idea mercantilista de la vida en general y de la profesión en particular.
¿Qué mejoras son necesarias en el turno?
Que, desde las Escuelas de Práctica Jurídica o desde el Máster de acceso a la Abogacía, se haga sentir la importancia de la observancia de la deontología profesional. Ejercemos una función pública sin ser funcionarios, pero tampoco gozamos de la libertad que define nuestra profesión porque estamos circunscritos al corsé que nos impone la justicia gratuita; esto es una grave disfunción que, en aras del derecho del justiciable, no debería suponer una merma de derechos en los abogados.
Me pregunto, entre otras reivindicaciones: ¿para cuándo la regulación de la conciliación; o la desconexión digital; o la regulación de percepciones en caso de enfermedad o baja?
¿Qué caso de oficio le viene a la mente cuando repasa su trayectoria?
Solo una vez en mi trayectoria profesional he objetado mi conciencia en un asunto. No lo olvidaré jamás. Defendía a un agresor sexual de una menor. Hablé con él en innumerables ocasiones para enfocar su defensa y siempre sostuvo su inocencia. Hice mi trabajo creyendo en ella hasta que llegamos a la puerta de la sala para celebrar la vista del juicio oral. Entonces le pregunté, de forma rutinaria, casi mecánica: “Y si el Fiscal me ofrece pacto, ¿qué hago?”. Me respondió: “Depende de lo que te ofrezca”. Lo miré, entré a sala y le dije al juez: “no puedo llevarlo, por favor, que le nombren a otro”. Y me fui de allí.